miércoles, abril 12, 2006

TRECE ENTRE MIL

1). A Ramón Baglietto le volaron la cabeza en 1980. Era de noche y llovía como sólo llueve en el valle del Urola. Ramón era euskaldún y de la UCD –por este orden–, pero eso le importó poco al sicario, un buen salvaje llamado Cándido.
Casi dos décadas antes del crimen Ramón se hizo célebre en su pueblo, Azkoitia, la tierra de los Loyola. Se portó entonces como se portan los vascos buenos. Con hombría. La hazaña fue salvarle la vida a un bebé que iba por la calle con su madre. La pobre mujer también llevaba a otro hijo de la mano, éste un poco mayor y con una pelota bajo el brazo. Pelota que se resbaló y que el niño, haciendo de niño, persiguió hasta la carretera. Al sentir el tirón del crío su madre intentó agarrarlo, pero fue en vano. En ese instante venía un camión y Ramón, testigo de la escena, se jugó el tipo para arrancarle el bebé de los brazos a la señora. Fue justo antes de que el camión la aplastara intentando salvar a su hijo mayor, que también era pequeño. Murieron ambos.


A Baglietto lo remataron años después junto a un árbol, como a un perro. Su delito fue pensar de otro modo, sentirse español. El asesino se llamaba Cándido y siendo bebé Ramón le había salvado la vida.


2). En 1991 Fabio Moreno aún no sabía hablar. Ni castellano ni euskera. Tenía dos años y un mellizo, Alex, del que no se separaba. Dos gotas de agua. Su padre era Guardia Civil y un mal día le pusieron en la diana. Para ejecutar la sentencia optaron por un método heroico: colocar una bomba debajo del asiento de un coche que sólo se usaba para llevar a los niños. La muerte viajó con ellos tres días, silenciosa como una serpiente. Fue entonces cuando el pequeño Fabio vio un juguete debajo del asiento y, claro, con dos años ¡quién se resiste a coger un juguete escondido!

El automóvil estalló. Fue en una curva de Erandio mientras iban camino de la clase de natación. Su padre salió como pudo de la bola de fuego y salvó a Alex de morir quemado. Entonces volvió a por Fabio… pero Fabio no estaba. Sólo encontró pedazos de su cuerpecito abrasado. Aún así intentó levantarlo del suelo. “No pude. Se deshacía”. Fabio tenía veinticuatro meses y se convirtió en el noveno niño asesinado en 1991, año infernal en el que se desataron todos los demonios.



3) Jesús Ulayar había sido alcalde de Etxarri Aranatz, un pueblo navarro que fue carlista y que ahora no se sabe lo que es. Un día de enero de 1979, a las ocho de la tarde, Jesús salió de su garaje en camioneta. A su lado iba un mocete, Salvador, que era el pequeño de la casa. Fue lo último que hicieron juntos, porque un asesino esperaba a Ulayar emboscado para pegarle cinco tiros. El niño vio como masacraban a su padre. Sin piedad. En aquella acera le rompieron el alma y él, mudo de dolor, se quedó con la vida amputada para siempre.

Años más tarde Etxarri Aranatz se vistió de fiesta. En el Ayuntamiento estaban radiantes por el retorno dos muchachos del pueblo. Por eso los nombraron hijos predilectos de la villa y les pidieron por favor que tiraran el cohete que iniciaba las fiestas. Ambos acababan de cumplir su condena por asesinar a Jesús Ulayar. Aún hoy, es duro escribirlo, unos y otros coinciden comprando el pan.


4) Hubo otros, muchos otros. Manolín Llanos, un leonés elegante que trabajaba en la Cafetería Rolando, la que tronó en la calle Correo de Madrid en el 74 por ser centro de reunión de policías. O Vanessa Ruiz, asesinada con once años en la casa cuartel de Vic. O Vicente Zorita, militante de AP, rematado de rodillas en Santurce con la bandera de España metida en la boca.


5) Hoy todos ellos resucitan de la mano de Iñaki Arteta, un director de cine vasco y valiente que ha grabado su película casi en la clandestinidad. Con pocas palabras, muchas imágenes de archivo y nada de política. Son trece historias entre un millar, dramas de gente humilde, de personas exterminadas por azar. Familias ya olvidadas que merecen, al menos, un padrenuestro.

“Trece entre mil” –así se titula– es una cinta demoledora que pone a cada uno en su sitio. Es decir, a las víctimas como víctimas y a los verdugos como verdugos. Por eso ir a verla es un ejercicio de civismo, de justicia y de reparación. Quizá sea el primer paso para que alguien pida perdón y que otros muchos puedan por fin perdonar. Porque hasta ese consuelo les niegan. Poder perdonar.

1 1comentarios

1 2Comentarios:

Anonymous Anónimo said...

De lo de Jesús Ulayar me leí el libro que relata todo el sufrimiento por el que ha pasado su familia. Hay que leer cosas así para entender. Espero que la película también sirva.

miércoles, 12 abril, 2006xxyyxx  

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